Habla Aylwin
A días de que se cumpla un nuevo aniversario del triunfo del “No” en el plebiscito de 1988, presentamos extractos de una entrevista al ex presidente Patricio Aylwin, realizada por Sergio Bitar junto al académico Abe Lowenthal, editores del libro “Transiciones democráticas: conversaciones con líderes mundiales”, hoy en inglés y que próximamente será lanzado en versiones en árabe, francés y español.
SU DECISIÓN MÁS IMPORTANTE
Tratar de vencer a los militares siguiendo sus propias reglas del juego. Nosotros derrotamos a Pinochet dentro de su propio marco institucional, sin alterar demasiado ni comprometer lo que podemos llamar una coexistencia pacífica entre los chilenos. Fue difícil; en realidad fue bastante complejo. Para hacer eso tuvimos que aprender a actuar con nuestros pies en el piso. Si no hubiésemos hecho eso, hubiésemos sufrido una caída muy fuerte. El adversario no era sólo Pinochet, que no era un tonto; era hábil y tenía el apoyo de una parte de la población y, sobre todo, el apoyo incondicional de las Fuerzas Armadas: el Ejército, la Armada y la Fuerza Aérea. Ellos creían —y pienso que siguen creyendo— que cumplían con su deber con Chile cuando derrocaron a Allende.
TRABAJAR CON LA IZQUIERDA
Fuimos adversarios en una época de mucha división política y confrontación. No es común en la historia que partidos que han sido adversarios hasta hace tan poco puedan llegar a un acuerdo como ese. Durante la administración de Eduardo Frei Montalva (entre 1964 y 1970), los socialistas fueron un duro adversario nuestro, y durante la administración de Allende (entre 1970 y 1973) levantamos una oposición poderosa porque vimos en el gobierno de la Unidad Popular un intento de facto por establecer el socialismo. De hecho, cuando sucedió el golpe militar, muchos de nosotros sentimos que era la consecuencia inevitable de la situación a la que el mismo gobierno nos había llevado: un país al borde de la guerra civil. Por eso fuimos acusados de haber apoyado el golpe.
Sin embargo, la dictadura fue tan dura que terminamos encontrando terreno común para defender valores fundamentales, empezando por la defensa de los derechos humanos.
GRUPO DE LOS 24
La mente detrás del Grupo de los 24 fue Edgardo Boeninger. Al principio éramos sólo un grupo de amigos y nos reuníamos en nuestras casas. Casi todos éramos académicos que, en su mayoría, ya no estábamos en las universidades porque las universidades habían sido tomadas por (y subordinadas a) las autoridades militares.
Estudiábamos una nueva Constitución, cómo la nueva democracia tenía que verse. Nos reuníamos en una oficina en el centro de Santiago, a plena vista, y fuimos tolerados por el gobierno, todos sabían que nos reuníamos semanalmente. Ese proceso sembró confianza en quienes habíamos sido adversarios.
También creo que fue importante que asumiéramos la cuota de responsabilidad por nuestras diferencias; incluso los socialistas comenzaron a reconocer los errores de la administración de Allende y a revalorizar la democracia. Los democratacristianos hicimos lo mismo.
Finalmente, las amistades también ayudaron. Yo tenía muy buenos amigos socialistas desde niño, por ejemplo, Clodomiro Almeyda, ministro de Relaciones Exteriores del gobierno de Allende. Cuando volvió del exilio, nuestra vieja amistad ayudó a integrar la facción más dura de socialistas a la emergente coalición de partidos democráticos.
PARTIDO COMUNISTA
La movilización fue promovida por los partidos democráticos. El Partido Comunista y su frente armado apoyaban una estrategia de todo tipo de lucha, incluyendo el uso de la violencia. Los partidos democráticos creían en la movilización pacífica, incluso si éramos reprimidos. Cuando los comunistas contrabandeaban armas dentro del país, que fueron descubiertas, e intentaron asesinar fallidamente a Pinochet, eso fue un punto de quiebre. La represión se intensificó y nos dimos cuenta claramente de que nos teníamos que comprometer con el camino de la no violencia para construir un apoyo amplio.
RELACIÓN CON PINOCHET
En mi primera reunión con Pinochet como presidente electo, le dije que pensaba que era mejor para Chile que él renunciara como comandante en jefe. [Imitando a Pinochet] “Usted está equivocado, Sr. Presidente, nadie lo va a defender mejor que yo”. Él era muy admirado por las Fuerzas Armadas y es probable que su permanencia haya evitado levantamientos de coroneles, como pasó en otras transiciones.
Mi relación con Pinochet fue complicada, pero al final se terminó por someter a un marco institucional que no le gustaba; lo respetó porque él lo había creado. Sin embargo, quiso evitar muchas cosas. Por ejemplo, en nuestra primera reunión en La Moneda, una vez que había jurado y asumido como presidente, me dijo que se iba a reportar directamente conmigo y no al Ministerio de Defensa.
Así que le mostré la Constitución y le dije: “Mire, general, la Constitución que usted creó dice que está a cargo del ministro de Defensa, así, que lo siento, pero va a tener que aceptarlo”.
REVESES
Tengo un recuerdo vago, pero se descubrió que había una conexión entre La Moneda y un edificio de la policía secreta que escuchaba nuestras conversaciones telefónicas.
Vivimos muchas tensiones. Me acuerdo que una vez en Punta Arenas conocí al jefe de las Fuerzas Armadas ahí y le dije que quería conocer al resto de los oficiales como muestra de mi voluntad de ser presidente de todos los chilenos, civiles y militares. Me pusieron todo tipo de obstáculos, dijeron que era muy difícil llamarlos a todos para que nos juntáramos al día siguiente. Así que les dije: “¿Qué es esto? ¿Si hubiese una guerra no podrían reunir a todos los oficiales en materia de horas?”. Así que me junté con los oficiales y hablé con ellos sobre la transición. Fue una reunión muy representativa, con oficiales de todas las Fuerzas Armadas; fue en Magallanes.
BOINAZO Y EJERCICIO DE ENLACE
El que estaba al mando era Pinochet, pero las Fuerzas Armadas no lo seguían en todo. Por ejemplo, cuando el llamado “enlace” fue conducido en 1991, ese día era la graduación y premiación de los mejores oficiales del Ejército, así que había una ceremonia y un almuerzo en La Moneda, en la que Pinochet estaba participando como comandante en jefe. Cuando Pinochet dejó el palacio de gobierno, le entregaron el diario La Segunda, que estaba reportando acerca de la investigación de algunos cheques emitidos por su hijo, los famosos “pinocheques”, para compras de armas durante el gobierno militar. Esa tarde, el Ejército salió de sus barracas a la calle vestidos para el combate.
Esa tarde yo tenía la ceremonia de graduación de los oficiales de Carabineros y mientras estaba ahí me informaron sobre lo que estaba pasando. Bueno, me dije a mí mismo, veamos qué está pasando aquí. Pero la ceremonia de los Carabineros siguió con normalidad y el resto de las ramas de las Fuerzas Armadas no se unieron. Pinochet intentó que el gobierno detuviera la investigación de las actividades de su hijo. Esto demostró que su influencia estaba limitada al Ejército, ya que ni la Armada, la Fuerza Aérea o la policía lo siguieron.
La segunda vez que Pinochet intentó algo similar fue cuando yo estaba de viaje en el extranjero. Las causas fueron similares, pero el tema de las investigaciones por derechos humanos, que lo tenían preocupado, se sumó. Esta vez tampoco tuvo el apoyo de las otras ramas de las Fuerzas Armadas.
“JUSTICIA EN LA MEDIDA DE LO POSIBLE”
Cuando convocamos a la Comisión de Verdad y Reconciliación para investigar las desapariciones de personas durante la dictadura, Pinochet me dijo “¿Por qué hace esto, Sr. Presidente? Es como cuando la paz reina nuevamente en una familia, pero alguien reclama la herencia y todos se pelean”. Yo le respondí, “vamos a hacerlo”, y después, cuando el informe fue publicado, hubo considerable tensión. Ellos convocaron al Consejo Nacional de Seguridad, pero no lograron más que eso.
La Comisión de Verdad y Reconciliación fue formada para investigar los crímenes de la dictadura. La convoqué al principio de mi periodo. Fue fundamentalmente mi iniciativa. Pensé que era necesario, pero primero tenía que convencer a mis asesores. Ni Edgardo Boeninger ni Enrique Correa, mis principales asesores políticos, pensaron que fuera una buena decisión, pero yo estaba convencido de que era la manera de abrir puertas. Si uno quería que los militares abrieran una solución. Tuve que ser tan cándido como prudente, por eso usé la frase de buscar “justicia en la medida de lo posible” —por la que he sido muy criticado— reflejando un grado de prudencia, porque si la justicia iba a ser total, eso significaba llevar a tribunales a Pinochet y toda su gente, iba a desatar una guerra civil. “En la medida de lo posible” era un camino viable porque habría juicios, pero no una decapitación, no acciones agresivas contra aquellos que continuaban teniendo el poder de las armas.
COMISIÓN RETTIG
Llamé a las personas, una por una, que a mi juicio gozaban de prestigio y representaban distintos puntos de vista, en un intento por asegurar que la comisión tuviera legitimidad. Estaba liderada por Raúl Rettig, un reconocido jurista, un gran líder del Partido Radical.
Me acuerdo que yo estaba muy interesado en persuadir a un venerable líder de los conservadores chilenos, Francisco Bulnes, para que fuera parte de la comisión, porque era ampliamente respetado en la derecha tradicional. Incluso fui a su casa a pedírselo, pero me dijo que no. Fue muy difícil encontrar gente en la derecha que aceptara. Finalmente, el historiador Gonzalo Vial aceptó; había sido ministro de Educación de Pinochet. También involucramos a figuras del mundo de los derechos humanos, como José Zalaquett. Todos eran ampliamente respetados.
Me acuerdo que yo estaba muy interesado en persuadir a un venerable líder de los conservadores chilenos, Francisco Bulnes, para que fuera parte de la comisión, porque era ampliamente respetado en la derecha tradicional. Incluso fui a su casa a pedírselo, pero me dijo que no. Fue muy difícil encontrar gente en la derecha que aceptara. Finalmente, el historiador Gonzalo Vial aceptó; había sido ministro de Educación de Pinochet. También involucramos a figuras del mundo de los derechos humanos, como José Zalaquett. Todos eran ampliamente respetados.
REFORMA CONSTITUCIONAL EN 1989
Bueno, esa frase que a muchos no les gusta, pero que yo considero realista —“en la medida de lo posible”— reflejó nuestros esfuerzos por avanzar de manera gradual. Esas reformas fueron un primer paso, no todo lo que queríamos, pero claramente marcaron un progreso.
Muchos años han pasado y muchos han olvidado muchas cosas, pero tengo que decir que no me quedo con preguntas como: “¿Lo hice bien? ¿Lo hice mal?”. No, yo creo que hice lo que tenía que hacer y, por suerte, salió bien, pero también pudo haber sido un fracaso.
RENUNCIAS
Tuvimos que renunciar a ciertas ideas y tomar otras. Por ejemplo, en el programa de gobierno de la Concertación, nosotros apoyábamos suprimir la Ley de Amnistía, pero cuando asumimos no lo pudimos hacer porque necesitábamos una supramayoría, que no teníamos, para cambiar ese estatuto. Debemos recordar que Pinochet tenía senadores designados (que había apuntado bajo la Constitución de 1980), y no teníamos los votos en el Congreso para terminar con los enclaves autoritarios. Por eso fue que creamos la Comisión de Verdad y Reconciliación. Fue un paso importante para avanzar en la reconciliación del país, y fundamental para lograr justicia.
EL PROGRAMA
Creo que nuestro programa acordado fue la carta de navegación, y tratamos de operar con él. Me acuerdo que era un tema que me gustaba discutir con los otros líderes de partido: “¿Cómo crees que vamos en relación a lo que le prometimos al país?”. Había muchas expectativas, pero tuvimos cuidado de no hacer grandes promesas que llevaran a la desilusión. Teníamos un ambicioso programa económico y social para la época, pero era razonable. Aquellos a cargo de implementarlo eran aquellos que habían participado en su diseño. No obstante, siempre hay aspiraciones que no pudimos satisfacer porque teníamos un sistema político con senadores designados por Pinochet que nos forzaban a hacer concesiones, especialmente en temas políticos.
RELACIÓN CON LA OPOSICIÓN
Creo que el gran éxito de mi administración, y de las administraciones de transición en general, se debe no sólo a las políticas seguidas por las autoridades, sino también al gran apoyo de la comunidad nacional. Jamás sentí que estuviéramos arrinconados, o que la oposición era superior a nosotros. Al mismo tiempo, nos preocupamos de tratar bien a la oposición. En otras palabras, era importante alcanzar un entendimiento con la oposición, tomarlos en cuenta, para que no se sintieran marginalizados, para explicarles lo que estábamos haciendo para que ellos entendieran. Eso me ayudó a ganar el apoyo para las políticas que seguimos.
CONSEJOS A TRANSICIONES ACTUALES
Es difícil tener una idea de lo que uno haría en su propio país, mucho menos aconsejar a alguien en un país distante. Sin embargo, después de periodos de mucha división, una recomendación general sería poner énfasis en buscar dónde hay más unidad que división. Así es posible llegar a acuerdos. Muchos de nosotros habíamos estado en lados opuestos, como el ministro Bitar (que participó en la administración de Allende, fue detenido y exiliado) y los políticos que se opusieron a Allende. Pero llegamos a un acuerdo al defender principios esenciales: la lucha por la libertad y la dignidad individual. También alcanzamos consensos con muchos otros que habían sido partisanos de Pinochet. Buscar la unidad era difícil después de años en que las diferencias eran mucho más claras que las posibilidades de unidad. En ese sentido, la administración de la Concertación, comenzando con la mía, logró un mayor grado de convergencia entre el gobierno y la oposición, y entre los distintos sectores políticos, que lo que había ocurrido en las décadas previas.
Otro aspecto que destacar es no empezar desde cero. Es mejor hacer cambios a partir de lo que ya existe. Esa era la idea cuando propusimos derrotar a Pinochet en su propia Constitución, en vez de decir “vamos a cambiar la Constitución”. Estábamos cambiando las reglas del juego desde adentro. Fuimos muy realistas al definir nuestras propias políticas; teníamos grandes sueños —el sueño de reconstruir la democracia, de alcanzar la unidad de los chilenos—, pero nuestras acciones fueron realistas. En ese sentido, creo que hicimos lo que teníamos que hacer. Y es interesante, porque aunque dijimos “justicia en la medida de lo posible”, pocas transiciones han tenido tanta justicia como la que hemos tenido a través de los años en Chile.