Segunda Parte
Entre las sombras
Los amos de la prensa tienen también la prerrogativa de establecer cuáles hechos deben ocultarse al conocimiento de los lectores, para manipular mejor las opiniones políticas de los ciudadanos, y sin olvidarse de entregar cotidianamente una orientación de coyuntura a las clases política y propietaria que detentan todos los poderes reales en la región, desde el poder político y militar del Estado al poder económico.
Y no es casual que en las páginas editoriales y des-informativas de los grandes rotativos estadounidenses y latinoamericanos aparezcan como malvados los gobiernos de los países cuyos pueblos decidieron desobedecer al imperio, en una rebeldía que presenta diversos matices, que van desde la insumisión de Cuba y Venezuela, al desacato de Bolivia, Nicaragua y Ecuador, más la trasgresión de Argentina, Brasil, Panamá y de otros países con sus propios matices.
En definitiva, los poderes que someten a nuestros pueblos tienen a un importante aliado en todos los grandes medios de comunicación —escritos y audio-visuales— y, en general, en la llamada industria del «entretenimiento». Este súper poder ideológico abarca todo el periodismo contemporáneo, los diarios, la radio, la televisión, los contenidos de la televisión por cable, el cine, la lectura, el mundo editorial, los clubes e incluso los estadios deportivos y prácticamente todo lo que esos mismos medios denominan «la cultura» de nuestro mundo. Dicho claramente, este factor mediático informativo forma parte de los poderes que, de hecho y no por derecho, nos someten como pueblos.
Mientras los poderes económicos y geopolíticos extraen nuestros recursos naturales, junto con la fuerza de trabajo de nuestra mano de obra, y sin permitirnos agregarle valor en casa a nuestras materias primas —como sería por ejemplo refinar el cobre y el petróleo, para convertirlos en cables eléctricos, gasolina u otros productos terminados—, la industria de los grandes medios de comunicación lava el cerebro de nuestros conciudadanos para convencerlos de que viven en el mejor de los mundos posibles, en una realidad que no admite cambios, con una «democracia electoral representativa» que es sinónimo de libertad de mercado, de la supuesta libertad política y de una mítica «libertad de información», que más bien es el derecho a la libertad de empresa que se adjudica a sí mismos, y de manera excluyente, los miembros de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP)—ver sitio web de esta patronal de la prensa.
El gran témpano
Pero esta organización de los dueños de grandes periódicos de la región latinoamericana es apenas la punta de un gigantesco iceberg, un gran témpano que apenas asoma su nariz sobre la superficie, ocultando por debajo una compleja estructura de poder mediático totalitario que controla absolutamente todo lo que el ciudadano debe conocer —e ignorar— a fin de manipular su voluntad y eliminar su capacidad de pensar.
A diferencia de los glaciares que están derritiéndose por doquier, este témpano cada vez se hace más sólido y la concentración de la propiedad de los medios reviste características alarmantes en todos los países, incluso en las naciones desarrolladas. Así como en algunas repúblicas el comercio minorista terminó en poder de un solo monopolio o un duopolio —como ocurre, por ejemplo, en Chile— con dos grandes cadenas nacionales de automercados, al mismo tiempo existen sólo dos mega empresas operando como duopolio de la prensa escrita, con los diarios El Mercurio y La Tercera a la cabeza de una veintena de publicaciones, entre periódicos y revistas.
Y ésta es una realidad que se repite en nuestra región, donde —a manera de ejemplo— un ciudadano de Estados Unidos nacido en México, de nombre Angel Remigio González, es el propietario de todos los canales de televisión abierta —cuatro— que existen en Guatemala, de dos canales de TV abierta en Chile, de otra televisora abierta en Argentina y en total posee una treintena de estaciones de TV en América Latina.
Esta concentración de la propiedad mediática es un atentado a las libertades de expresión, de opinión e información, a la vez que crea mayor desempleo entre los periodistas. Estamos frente a un problema que no sólo atañe a quienes trabajan en los medios, sino a toda la sociedad, es decir, al ciudadano. Y es un problema que concierne a la libertad.
Los amos de la prensa tienen también la prerrogativa de establecer cuáles hechos deben ocultarse al conocimiento de los lectores, para manipular mejor las opiniones políticas de los ciudadanos, y sin olvidarse de entregar cotidianamente una orientación de coyuntura a las clases política y propietaria que detentan todos los poderes reales en la región, desde el poder político y militar del Estado al poder económico.
Y no es casual que en las páginas editoriales y des-informativas de los grandes rotativos estadounidenses y latinoamericanos aparezcan como malvados los gobiernos de los países cuyos pueblos decidieron desobedecer al imperio, en una rebeldía que presenta diversos matices, que van desde la insumisión de Cuba y Venezuela, al desacato de Bolivia, Nicaragua y Ecuador, más la trasgresión de Argentina, Brasil, Panamá y de otros países con sus propios matices.
En definitiva, los poderes que someten a nuestros pueblos tienen a un importante aliado en todos los grandes medios de comunicación —escritos y audio-visuales— y, en general, en la llamada industria del «entretenimiento». Este súper poder ideológico abarca todo el periodismo contemporáneo, los diarios, la radio, la televisión, los contenidos de la televisión por cable, el cine, la lectura, el mundo editorial, los clubes e incluso los estadios deportivos y prácticamente todo lo que esos mismos medios denominan «la cultura» de nuestro mundo. Dicho claramente, este factor mediático informativo forma parte de los poderes que, de hecho y no por derecho, nos someten como pueblos.
Mientras los poderes económicos y geopolíticos extraen nuestros recursos naturales, junto con la fuerza de trabajo de nuestra mano de obra, y sin permitirnos agregarle valor en casa a nuestras materias primas —como sería por ejemplo refinar el cobre y el petróleo, para convertirlos en cables eléctricos, gasolina u otros productos terminados—, la industria de los grandes medios de comunicación lava el cerebro de nuestros conciudadanos para convencerlos de que viven en el mejor de los mundos posibles, en una realidad que no admite cambios, con una «democracia electoral representativa» que es sinónimo de libertad de mercado, de la supuesta libertad política y de una mítica «libertad de información», que más bien es el derecho a la libertad de empresa que se adjudica a sí mismos, y de manera excluyente, los miembros de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP)—ver sitio web de esta patronal de la prensa.
El gran témpano
Pero esta organización de los dueños de grandes periódicos de la región latinoamericana es apenas la punta de un gigantesco iceberg, un gran témpano que apenas asoma su nariz sobre la superficie, ocultando por debajo una compleja estructura de poder mediático totalitario que controla absolutamente todo lo que el ciudadano debe conocer —e ignorar— a fin de manipular su voluntad y eliminar su capacidad de pensar.
A diferencia de los glaciares que están derritiéndose por doquier, este témpano cada vez se hace más sólido y la concentración de la propiedad de los medios reviste características alarmantes en todos los países, incluso en las naciones desarrolladas. Así como en algunas repúblicas el comercio minorista terminó en poder de un solo monopolio o un duopolio —como ocurre, por ejemplo, en Chile— con dos grandes cadenas nacionales de automercados, al mismo tiempo existen sólo dos mega empresas operando como duopolio de la prensa escrita, con los diarios El Mercurio y La Tercera a la cabeza de una veintena de publicaciones, entre periódicos y revistas.
Y ésta es una realidad que se repite en nuestra región, donde —a manera de ejemplo— un ciudadano de Estados Unidos nacido en México, de nombre Angel Remigio González, es el propietario de todos los canales de televisión abierta —cuatro— que existen en Guatemala, de dos canales de TV abierta en Chile, de otra televisora abierta en Argentina y en total posee una treintena de estaciones de TV en América Latina.
Esta concentración de la propiedad mediática es un atentado a las libertades de expresión, de opinión e información, a la vez que crea mayor desempleo entre los periodistas. Estamos frente a un problema que no sólo atañe a quienes trabajan en los medios, sino a toda la sociedad, es decir, al ciudadano. Y es un problema que concierne a la libertad.
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