domingo, 11 de mayo de 2008

LOS AMOS DE LA PRENSA

Sexta Parte
Política y medios


De la ideología al capitalismo

Los diarios nacieron siempre al servicio de una idea. Su origen fue «ideológico», Simón Bolívar y José Miguel Carrera fundaron El Correo del Orinoco y La Aurora de Chile no tanto por amor al periodismo —su afán era la guerra de independencia— sino para recabar apoyo ideológico en favor de su lucha política y militar contra el imperio de España.
El advenimiento de la nueva cultura urbana engendrada por el desarrollo social industrial –habría que decir derechamente «por el capitalismo»–, disfrazó a la prensa con una apariencia de independencia y neutralidad, situándola en un pretendido limbo «más allá del bien y del mal».

Los medios de comunicación ingresaron al mercado de consumo como un producto más, como el aceite, el pan y el azúcar. El periodismo quedó a merced del afán del lucro y del mito de la «mano invisible» que regula al mercado por sí mismo.
Nadie vende ni compra café, pan o mantequilla envenenados, pero las mentiras de los diarios pueden emponzoñar más de un desayuno.

El periodismo estadounidense derrochó tinta y papel para entronizar la teoría de la «objetividad» de la prensa. Se publicaron manuales de periodismo sacralizadores del mito de la objetividad, el ritual de la «pirámide invertida» y otras liturgias del oficio. Todo esto se copió mecánicamente en América Latina.

El concepto de «libertad de empresa» se amalgamó con el de «libertad de prensa» hasta grabarlo en el inconsciente colectivo. El paso siguiente fue proclamar a la prensa como el “cuarto poder”, un poder del Estado que se eligió a sí mismo, sin votos, pero se impuso con la fuerza del dinero.
Todos los poderes del Estado están sujetos a regulación y control ciudadano, supuestamente a través del Congreso, la Justicia o instituciones universales como la Contraloría. Pero nadie verifica la responsabilidad social de los medios de comunicación y sus obligaciones con el desarrollo democrático de las naciones.

Los diarios, las radioemisoras y la TV dicen que sus contenidos sólo responden al rating, la audiencia y la circulación. Pero el rating sólo mide lo que la gente está viendo a una hora determinada, sin preguntarle a los televidentes qué quisieran ver a diferente hora del día. Tampoco hay encuestas serias para averiguarlo.

La programación no tiene contrapeso: la definen pocas personas, generalmente deficitarias en cultura general.
Los espacios dedicados a los niños son deplorables en todos los países. El grueso de la transmisión latinoamericana de TV proviene desde México y Estados Unidos, mientras la programación local se inclina por la «TV-basura» o la «TV-chatarra», malsana como la comida rápida.

Los medios erigieron una versión post-moderna del Coliseo romano.
América Latina es una sociedad global con bastante circo pero poco pan.
Los medios coadyudan a la evasión del debate sobre los problemas cruciales de cada país.
Cultivan la banalidad, los entretelones privados de la vida sexual y amorosa de los personajes de la farándula, elevada a la categoría de bien público.
Desacreditan las ideologías pero al mismo tiempo desempeñan un rol ideológico con apariencia de «no ideológico», con la finalidad última de amordazar cualquier cuestionamiento al statu quo.

Supuestamente, en todos los países desaparecieron las ideologías. Sin embargo, impera una «nueva ideología» que se exhibe como no-ideología y, de paso, niega la ideología del dominado.
Los medios de comunicación estigmatizan o ignoran la crítica, las ideas progresistas y las aspiraciones populares.
La información de prensa oculta los conflictos sociales pero otorga gran realce a las actividades de la elite en el poder. Los «dueños» se publicitan unos a otros en sus propios medios, donde la disidencia no tiene cabida ni espacio. Allí no hay espacio para los que no tienen voz. La internacional de la riqueza uniformó el discurso mediático a nivel continental.

La TV atiende los requerimientos ideológicos de sus avisadores, pero ejerce una dictadura sobre su verdadera clientela, el grueso público. Sin embargo, el negocio de la radio y la televisión –la radiodifusión– profita de un bien público, las frecuencias radio eléctricas, asignadas a cada país por la Unesco y otorgadas a los privados como una concesión del Estado. Su explotación comercial debería sujetarse a normas, como otras concesiones del Estado, como la fabricación y distribución de alimentos, medicinas u otros rubros de importancia.

La circulación real de los diarios y revistas es un misterio en todos los países. Cada medio infla o inventa la cantidad de sus lectores. No existe una verificación independiente, seria, confiable, de la tirada real de los medios impresos. Paradojalmente, se asegura que el rating y la circulación son factores determinantes para definir criterios a la hora de colocar publicidad en tal o cual medio, pero no hay cómo contener la discriminación ideológica de las agencias de publicidad que controlan el negocio.

Las agencias se adueñaron de los avisos, un servicio que en última instancia pagan los consumidores que eligieron la lata o el detergente en el automercado. El aviso está incorporado al precio de un artículo supuestamente “desideologizado”, consumible por tirios y troyanos, por ejemplo un alimento envasado.

La publicidad —varias agencias son estadounidenses— opera con criterios ideologizados que no toman en cuenta cifras de circulación real, rating, ni consumo mediático efectivo de la mercancía «información y cultura». Las empresas periodísticas y las agencias de publicidad tienen vasos comunicantes con el poder económico. Lisa y llanamente, no hay oxígeno publicitario –avisos– para las publicaciones disidentes, aunque sus lectores también sean consumidores de detergentes, bebidas y alimentos.

A veces, la prensa alternativa, que sobrevive por milagro, tiene mayor circulación que la llamada «gran prensa corporativa». Además, los grandes medios corporativos están perdiendo aceleradamente su credibilidad en todos los países del mundo según estudios académicos de universidades y centros de investigación de Estados Unidos y Europa, como la universidad George Washington. Todo el negocio de la gran prensa radial, escrita y TV está erigido en mitos.


Prensa e ideología dominante

Los grandes dueños de América Latina poseen, controlan o influyen los principales medios de comunicación del continente, entendidos como diarios, radios y estaciones de TV. Su control mediático determina qué es una noticia y cuándo se produce un hecho informativo. También define cuáles son los hechos quedebe conocer el grueso público y el enfoque con que serán presentados.

No todos los hechos noticiosos que ocurren reciben los honores de la tinta y las pantallas. Las noticias de la lucha social y sindical están proscritas de los medios, tampoco hace noticia la pobreza. Los trabajadores están condenados a la «clandestinidad» informativa, aunque no dejan de luchar por sus legítimos derechos. En cambio, abundan las noticias sobre actividades sociales de los ricos y sus esfuerzos por intensificar la rentabilidad de sus negocios.

La agenda cotidiana de los medios —también llamada «pauta»— determina por adelantado cuáles serán las noticias del día, y no al revés. Hay hechos indeseables, previstos o no, que jamás reciben difusión. Las cámaras de TV acuden prestas a cubrir un incendio, o a reportear un crimen o cualquier otro hecho policial no previsto por la pauta, pero no hay cobertura periodística para las huelgas aunque tengan larga duración. Simplemente se ocultan, a menos que los huelguistas protagonicen «desórdenes públicos» que entonces sí reciben amplia cobertura como «desmanes callejeros de antisociales».

El lenguaje de los medios suele estigmatizar la pobreza, las luchas sociales, sindicales, indígenas y, en general, las ideas progresistas. La actividad de la farándula tiene prioridad mediática en todos los países. Sus protagonistas se convirtieron en materia prima para que la prensa y la TV fabriquen a toda prisa los nuevos «líderes de opinión», quienes «orientan» al público asegurándose, a veces, una rápida carrera si desean ingresar a la política.

La pauta informativa, todo aquello que los medios deciden que es publicable y debe conocerse, condiciona a su vez la agenda política, las tareas del gobierno, del parlamento y hasta del poder judicial. El aparataje mediático «orienta» las políticas de gobierno, decide qué leyes son buenas y cuáles no, legitima el lobby —o tráfico de influencias–, cuestiona las iniciativas del Estado que podrían perjudicar poderosos intereses encubiertos y manipula los matices políticos de la llamada «opinión pública».

En cada país de la región existe un poder mediático unilateral, con una visión monoteísta de la sociedad, que rinde culto a la ideología neoconservadora que, a su vez, sustenta el modelo económico neoliberal y es enemigo acérrimo del pluralismo.

Es un poder totalitario, impuesto por la fuerza del dinero.

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